Juan Carlos Alom es uno de los fotógrafos y cineastas experimentales más destacados de la Cuba contemporánea. A través de imágenes emotivas y narrativas visuales espontáneas, sin linealidad, Alom explora las idiosincrasias y contradicciones de la vida diaria, así como aspectos desconocidos de la cultura cubana. Inspirado en la tradición y la estética del cine documental cubano de la década de 1960, su trabajo aborda temas como las religiones afrocubanas, la espiritualidad, la naturaleza y la experiencia de la diáspora caribeña desde una perspectiva metafórica y poética.
Juan Carlos Alom. Nacimiento de una tierra, 2010. Impresiones en gelatina de plata. 10 fotografías: 15 ¼ x 15 ¼ pulgadas, cada una. Colección Pérez Art Museum Miami, donación prometida de Jorge M. y Darlene Pérez. © Juan Carlos Alom
Iberia Pérez González (IPG): Tu trabajo fotográfico a menudo explora dimensiones ocultas o poco conocidas de la cultura cubana. Un ejemplo de esto se encuentra en la serie Nacimiento de una tierra (2010), que actualmente forma parte de la exposición Aliados con el poder: Arte de África y su diáspora en la Colección Jorge M. Pérez en el PAMM. Estas fotografías se centran en la sociedad secreta Abakuá. ¿Qué despertó tu interés en documentar esta asociación religiosa donde solo se admiten hombres?
Juan Carlos Alom (JCA): La sociedad secreta Abakuá es una hermandad mágico-religiosa de origen africano, que en Cuba solo existe en La Habana y Matanzas. El primer acercamiento que tuve a una experiencia abakuá fue en 1995, cuando dos hombres se presentaron en mi casa con la petición de que documentara un entierro que tendría lugar al día siguiente. Habían muerto ese día dos ecobios (amigos), quienes se habían iniciado en la sociedad Abakuá ese mismo día hace muchos años, siendo muy jóvenes. El objetivo de la filmación del rito funerario era precisamente hacerla llegar a una comunidad abakuá que residía en Miami y Nueva York. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, me presenté en el lugar, Regla, el barrio portuario donde tuvo lugar el primer asentamiento abakuá de Cuba en el siglo XIX. Esta fue la primera vez que tuve contacto con este mundo más allá de lo que cuentan los libros.
Recuerdo que sacaron el primer ataúd a la calle y rompieron una teja de barro que tenía una firma encriptada. Entre rezos africanos, cuatro hombres levantaron el ataúd y caminaron hasta el cementerio, ubicado a unas cuadras de distancia. Todos caminaban y danzaban al mismo tiempo, entre cantos, sonidos guturales y golpes percutivos que retumbaban en las paredes del ataúd. Mientras avanzaba la procesión fúnebre, se sumaban niños, mujeres, hombres y ancianos, transformándose la multitud en un hervidero de cabezas y voces bajo el sol de agosto. De repente parecía como si me hubieran transportado al Calabar, ese lugar lejano de África donde se dice que se originó esta hermandad secreta. A la entrada del cementerio, el ataúd se movía en espirales mientras los cantos reforzaban esa sensación de una energía misteriosa y poderosa. Se dice que este ritual se realiza para que la persona que va a ser enterrada se desoriente y no sepa que está entrando al cementerio, lo que le permitirá descansar en paz. Cuando terminó el primer entierro, comenzó sin espera el segundo.
Años después, en 2010, tuve el privilegio de ser invitado al nacimiento de un nuevo plante abakuá, o iniciación ñáñiga, en el barrio habanero de Mantilla. De ahí surgió esta serie Nacimiento de una tierra. Siempre me ha atraído el carácter lúdico y performático de esta ceremonia de iniciación, la complejidad polirrítmica de su música, la expresión corporal de estos rituales danzarios, sus atuendos y complementos, la belleza y el misterio de las anaforuanas (marcas o firmas de Abakuá), todo lo cual perdura hasta el día de hoy. Esa experiencia coincidió con un momento en que en la Habana muchos jóvenes se iniciaban en esta sociedad.
IPG: La presencia de la cabra sugiere que este es un ritual de sacrificio, ¿verdad?
JCA: Sí, en estas ceremonias se sacrifica una cabra con la intención de recuperar un poder secreto.
IPG: Dado que se trata de una sociedad secreta, ¿qué desafíos encontraste al documentar esta ceremonia de iniciación?
JCA: No tuve acceso a la parte más secreta del ritual, precisamente porque no soy miembro de esta sociedad. El desafío siempre ha sido ser honesto con la comunidad y el material con el que trabajo para evitar tergiversar la realidad o los eventos.
IPG: ¿Podrías explicar la relación de las imágenes con el título de la serie?
JCA: Nacimiento de una tierra es una metáfora visual que hace referencia a la nueva tierra que nació lejos de África en Cuba, y que ha permitido que las tradiciones abakuá se conserven y se transmitan de generación en generación.
IPG: El carácter enigmático de la sociedad Abakuá está acentuado en esta serie por el uso del blanco y negro. De hecho, con algunas excepciones, la mayor parte de tu trabajo fotográfico es en blanco y negro. ¿A qué responde esa decisión?
JCA: El blanco y negro está presente en mi obra desde el comienzo, en parte debido a la precariedad del contexto, a una mayor disponibilidad de esta película y la facilidad que me ofrecía al momento del revelado. Después acogí definitivamente la fotografía en blanco y negro por la belleza que aprecio en este tipo de película. La película monocromática me libera de accesorios y ruidos; me concentra más en mi objetivo. También me fascinan el grano, la luminosidad y la textura que me da este soporte. El grano nunca es el mismo en dos fotografías. Debido a la emulsión de los haluros de plata, el resultado siempre es diferente. Todo depende de cómo reaccionen estos haluros ante la luz, creando texturas únicas. Con el paso del tiempo, una fotografía envejece y continúa su transformación. He visto cómo la plata sale a la superficie de una fotografía —como si estuviera viva—.
Juan Carlos Alom. El libro oscuro, 1991–1995. Impresiones en gelatina de plata. 40 fotografías: 16 x 20 pulgadas, cada una. Cortesía del artista
IPG: El tema de la religión afrocubana que exploras en Nacimiento de una tierra también está presente en obras anteriores como El libro oscuro (1991-1995), aunque en esta el acercamiento estético es diferente. Háblame sobre esta serie.
JCA: La serie El libro oscuro fue realizada con una cámara de gran formato a principios de los noventa, un período de experimentación en mi trabajo. Durante esos años, trabajé mucho con películas caducadas y el material fotográfico que iba apareciendo en el camino. Incluso experimentaba mucho con las químicas en el proceso de revelado. Me acostumbré a la tensión que produce trabajar con la fotografía analógica —sus accidentes, el azar—, aceptando lo inesperado e incluso apreciando su belleza. Esta serie tiene un fuerte componente onírico. Intentaba crear composiciones a partir de imágenes que me venían a la cabeza. Trabajaba directamente sobre el negativo, levantando la emulsión, rayándolo o interviniéndolo de distintas maneras. A veces siento que en este período pasé por una especie de iniciación para poder adentrarme en el paisaje natural cubano, un paisaje que siempre ha sido muy misterioso y atractivo para mí. Así llegué a interesarme por las plantas y los árboles de Cuba, los caminos, las leyendas rurales y la espiritualidad del monte. Eso me llevó a viajar por la isla y a convivir con la gente, escucharlos y agradecerles su amabilidad para conmigo.
IPG: También exploras la relación entre espiritualidad y naturaleza en tu serie fotográfica de plantas medicinales. ¿Podrías hablar un poco sobre el tema de la sanación o la regeneración en este cuerpo de trabajo?
JCA: En 2012, durante un viaje que realicé por la península de Zapata en la costa sur, me encontré frente a un paisaje de palmas reales quemadas. La palma real es el árbol nacional de Cuba. En el mismo lugar cenagoso donde todo era cenizas, comenzaban a germinar las plantas nuevamente. Las plantas medicinales florecen de nuevo (2012) es una metáfora sobre el cambio: un paisaje se quema naturalmente y se abre paso el siguiente. El paisaje se reconfigura como parte de su evolución natural. Desde hace mucho tiempo las plantas medicinales se han usado en Cuba para aliviar síntomas de enfermedades, además de para sanar dolencias espirituales debido a su carácter mágico-religioso.
Juan Carlos Alom. Las plantas medicinales florecen de nuevo, 2012. Impresiones en gelatina de plata. 12 fotografías: 16 x 16 pulgadas, cada una. Cortesía del artista
IPG: El paisaje, especialmente el paisaje hídrico, y la luz juegan un rol predominante en Nacidos para ser libres (2012), una de las pocas series fotográficas en las que utilizas el color. En estas imágenes, la luz del sol que ilumina a los retratados pareciera invitar al espectador a adentrarse en el espacio subjetivo de estos personajes…
JCA: Nacidos para ser libres es una forma de pensar sobre la vejez y la libertad. Preferí hacer esta serie de retratos en color como celebración de la vida cerca del mar y también de la ancianidad, una etapa que se supone llena de sabiduría y experiencia acumulada. Tomé estos retratos dentro del agua, de frente a la mirada sostenida de estas personas que desde hace muchos años se bañan casi a diario en esta parte de la costa urbana habanera. Entrar al mar con ellos y mi cámara fue como poder entrar por un momento a sus historias de vida, y a las historias de vida de una generación entre los 75 y 90 años de edad.
Mientras Cuba enfrenta un envejecimiento demográfico, el lente de mi cámara es testigo de un ritual en el que algunos isleños se sumergen bajo el agua con la expectativa de renovación. Esta actitud los mantiene sanos, y en cierta manera libres, descontaminados del poder al que muchas otras personas de estas mismas generaciones tratan de aferrarse.
Juan Carlos Alom. Nacidos para ser libres, 2012. Impresión por inyección de tinta. 13 fotografías: 18 x 18 pulgadas, cada una. Colección Pérez Art Museum Miami, donación de Jorge M. Pérez. © Juan Carlos Alom
IPG: El tema de la diáspora caribeña en los Estados Unidos ha estado presente en tu obra de los últimos años. Reconozco el icónico bar de Toñita en tu serie titulada Bar Caribe (2013-2014). Estas fotografías son fascinantes, ¿puedes compartir más sobre este trabajo?
Juan Carlos Alom. Bar Caribe, 2013–2014. Impresiones en gelatina de plata. 30 fotografías: 9 x 9 pulgadas, cada una. Cortesía del artista
JCA: Bar Caribe es una serie que realicé cuando estaba en Williamsburg, Nueva York. Muchos puertorriqueños de varias generaciones, entre otros visitantes, acuden al Caribbean Social Club, bautizado como “el último club social puertorriqueño del vecindario”. Desde hace unos años, este barrio de Brooklyn ha estado luchando contra la gentrificación y sus consecuencias negativas, lo que ha provocado el desplazamiento de muchas familias latinas que tradicionalmente vivieron allí. El Caribbean Social Club conserva un espíritu genuino como espacio de resistencia de la cultura popular caribeña. Me pareció interesante que este lugar de ocio también funciona como cocina comunal los domingos, además de centro de reuniones de barrio y espacio de charlas y debates de interés común. Durante años, su dueña, María Antonia Cay, conocida como “Toñita”, patrocinó equipos de softbol y béisbol de pequeñas ligas, contribuyendo de alguna manera a la reanimación de esta desfavorecida comunidad latina.
Juan Carlos Alom. Bar Caribe, 2013–2014. Impresiones en gelatina de plata. 30 fotografías: 9 x 9 pulgadas, cada una. Cortesía del artista
IPG: Estas imágenes nos brindan una visión extraordinaria de las dinámicas culturales de la diáspora caribeña en los Estados Unidos, tema que también has explorado a través de tu obra fílmica…
JCA: Entre los años ochenta y noventa, hubo un éxodo muy grande de artistas cubanos a México y Estados Unidos, incluso a España. Siempre he sentido admiración y respeto por los artistas cubanos de esa generación, muchos de los cuales contribuyeron a mi formación artística. Entre ellos se encontraba Carlos Cárdenas, quien en ese momento se había radicado en Nueva York. Siempre que nos encontrábamos en esta ciudad, hablábamos del arte y la vida. Me sentía identificado con él como ser humano y como artista. En viajes posteriores, cada vez que preguntaba por él, casi nadie sabía decirme dónde estaba. Esto me llevó a crear un mito en torno a su vida, y en 2019 comencé a filmar Buscando a Carlitos Cárdenas. Este filme (trabajo en proceso) es un homenaje a todos los artistas que llevan muchos años creando obra fuera de Cuba y a los que siguen saliendo de la isla. Intento no colocarme en ninguna posición, sino todo lo contrario, romper los mitos sobre la diáspora cubana desde mi propia experiencia. No veo artistas que se fueron o se quedaron, ni artistas de dentro o fuera de la isla, simplemente veo artistas, donde sea que estén haciendo sus vidas. No los veo sumergidos en la nostalgia. Veo personas que trazan proyectos y los realizan, que viven como parte del mundo. Hasta ahora, he podido filmar Buscando a Carlitos Cárdenas en Ciudad de México, Miami, San Francisco y Nueva York. La estructura del filme es como un mosaico en el que pequeñas secuencias forman una estructura conceptual mayor sin narrativa. Solo filmo mi experiencia de estar allí. Vivo ese acontecimiento, y la cámara se convierte en una extensión de mi cuerpo presente. Como dijera el gran cineasta Robert Drew: “estoy decidido a ser lo más discreto posible y comprometido a no distorsionar la situación”.
Juan Carlos Alom. Buscando a Carlitos Cárdenas, en proceso, 2019-presente. Película en 16 mm (blanco y negro, con sonido). 30 min. Cortesía del artista
IPG: Cuba cuenta con una fuerte tradición de creación cinematográfica que se remonta a principios del siglo XX. ¿Cuándo comenzaste a trabajar con la imagen en movimiento?
JCA: Como mencionaba anteriormente, en medio de la crisis del Período Especial en Cuba, a principios de los noventa, me vi privado de material fotográfico. No entraba al país papel fotográfico, ni película, ni [sustancias] químicas. En ese momento, un amigo me dijo que disponía de algunas latas de película de 16 mm vencida años atrás, que su padre conservaba todavía en el refrigerador desde el boom de los cineclubes a mediados de los cincuenta. Después de eso, fui a Matanzas a buscar una cámara de 16 mm que me cedió otro amigo fotógrafo. Quedaba entonces la interrogante de cómo podría revelar el material, y apareció un tercer amigo con un tanque de revelado soviético. De esta manera pude armar un laboratorio de 16 mm y comencé a concebir la imagen también en movimiento. Desde entonces sigo revelando mis películas en casa. El revelado a mano de las películas por mí mismo me ha dado la libertad de trabajar fuera de la censura y la vigilancia, manteniendo autonomía total sobre mi producción cinematográfica.
IPG: De la visita que hice a tu estudio en La Habana en 2018, recuerdo particularmente la yuxtaposición de imagen y sonido en tu emblemático filme en blanco y negro Habana Solo (2000), realizado en 16 mm. ¿Me puedes hablar de este filme? ¿Existe una intención narrativa sugerida en la interacción de las imágenes y la secuencia musical?
JCA: Habana Solo es mi segunda película. Es una oda a la ciudad atravesada por la música. En la película aparecen varios músicos cubanos fundamentales de diversos géneros —jazz, fusión y música cubana en general— en un solo visual ininterrumpido. Las imágenes se concatenan de la misma manera que los músicos improvisan estas piezas y responden a la inmediatez del medio fotográfico. Pasé casi un año buscando conexiones entre la ciudad y los diferentes solos musicales. Quería improvisar con las imágenes tal como lo hacían los músicos con su música, acercándome a la ciudad como escenario de imágenes.
Juan Carlos Alom. Habana Solo, 2000. Película en 16 mm (blanco y negro, con sonido). 14 min 40 s. Cortesía del artista
IPG: ¿En qué has estado trabajando últimamente?
JCA: Al estar tanto tiempo dentro de casa, comencé a trabajar en un proyecto fílmico en 16 mm sobre el confinamiento. La película está compuesta por una serie de imágenes extraídas de las noticias de la televisión, la radio y las redes sociales durante la fase inicial del encierro en Cuba. También tiene un componente autobiográfico, porque toma como punto de partida mi propia experiencia con mi familia —una familia confinada debido a la crisis de salud del Covid-19 en un país también confinado por muchas otras razones—.
Además, estoy reeditando dos películas en 16 mm: Enigmas versiformes (2019) y La corriente asesina (2019). La primera trata sobre la charada cubana, mejor conocida como “La Bolita”, una especie de juego de lotería clandestino que nunca ha dejado de existir a pesar de su prohibición por parte del gobierno desde 1959. Este “juego” funciona a partir de un orden jerárquico y bien estructurado, a través de un lenguaje versiforme a modo de un sistema de preguntas y respuestas encriptadas que representan un número.
La corriente asesina es una reflexión personal sobre una sociedad en transición. A través de la imagen, se enfatiza un nuevo discurso económico contradictorio entre la teoría que propone y su praxis obsoleta. A través de sus clases, un profesor intenta enseñar a sus alumnos los principios básicos de la economía mientras, al mismo tiempo, se pasan imágenes de la vida misma dentro de un sistema que está en constante contradicción con lo que enseña este profesor. La corriente asesina alude metafóricamente a la corriente del Golfo, una corriente oceánica que nace en el estrecho de Florida y termina su curso en las costas occidentales de Europa. Su gran cauce de aguas cálidas, que se extiende sobre aproximadamente 1000 km de ancho, garantiza la armonía y la calidad de vida en el planeta. Muchos marinos y pescadores se refieren a este poderoso fenómeno natural como “la corriente asesina” debido al peligro que representa para la navegación. Muchos cubanos atraviesan esta peligrosa corriente para llegar a la Florida. La película también alude a otras “corrientes”, pudiendo ser de pensamiento y/o ideología.
También estoy trabajando con mi esposa, Aimara Fernández, en una edición especial de un taller de creación fotográfica en 16 mm, el cual llevamos haciendo juntos desde 2017. Queremos invitar a algunos artistas a realizar un proyecto de cortometraje en 16 mm dentro de sus propias condiciones de confinamiento.
photo credit: Aimara Fernández
Juan Carlos Alom estudió restauración de negativos e imágenes fotográficas en la Fototeca de Cuba (1989) y semiótica en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana (1990). Su trabajo fotográfico y películas de 16 mm se han exhibido en galerías y museos de España, Reino Unido, Italia, Alemania, Suiza, México, Sudáfrica, Estados Unidos y el Caribe. La obra de Alom figura en las colecciones permanentes del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Cuba; Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, California; Foro Ludwig de Arte Internacional, Alemania; Fototeca de Pachuca, México; y Pérez Art Museum Miami, Florida.